La situación política en Colombia se ha convertido en un escenario de riesgo constante para aquellos que se atreven a participar en ella. La violencia, alimentada por grupos criminales, ha cobrado la vida de numerosos líderes políticos, convirtiendo el ejercicio de la política en un acto de valentía y, en muchos casos, de sacrificio. Este contexto ha llevado a muchos a cuestionar si vale la pena luchar por un cambio en un país donde la muerte acecha a quienes buscan un futuro mejor.
La reciente muerte de Miguel Uribe Turbay, un aspirante a la presidencia, ha puesto de manifiesto la grave crisis de seguridad que enfrenta Colombia. Uribe fue asesinado el 11 de agosto de 2025, convirtiéndose en la víctima número 97 de la violencia política en lo que va del año, según informes de organizaciones como Indepaz. Su asesinato no solo es un golpe para su familia y sus seguidores, sino también un recordatorio doloroso de los riesgos que enfrentan los políticos en un país donde el crimen organizado tiene un papel preponderante.
El caso de Miguel Uribe no es aislado. Muchos jóvenes, como Julián Moreno, un activista político y economista, viven bajo la sombra de amenazas de muerte. Julián, quien ha sido alcalde de Suba y actualmente se encuentra en el exilio por razones académicas, ha recibido advertencias de que su vida está en peligro debido a su activismo. A pesar de la incertidumbre y el miedo, Julián se aferra a la esperanza de que su lucha por un mejor país no sea en vano. «Si no se está conforme con lo que sucede en su país, lo peor que se puede hacer es apartarse», afirma, subrayando la importancia de la participación ciudadana en la política.
La violencia política en Colombia tiene raíces profundas, y muchos la asocian con la historia reciente del país, marcada por el narcotráfico y la corrupción. En la década de los noventa, varios candidatos presidenciales fueron asesinados, lo que dejó una huella imborrable en la memoria colectiva. La muerte de Miguel Uribe ha reavivado esos recuerdos y ha llevado a muchos a reflexionar sobre el estado actual de la democracia en Colombia. Julián Moreno, al igual que otros líderes, condena la politización de estos hechos trágicos, enfatizando que el ataque a un político es un ataque a la democracia misma.
A pesar de las adversidades, Julián y otros activistas continúan luchando por un cambio. La necesidad de un nuevo liderazgo que promueva la paz y el desarme es más urgente que nunca. Julián destaca que, aunque la situación es compleja, hay miles de líderes en Colombia que, a pesar de las amenazas, siguen trabajando por sus comunidades. «El estado colombiano debe hacer más para proteger a quienes se atreven a alzar la voz», señala, enfatizando que la vida de los líderes no debería estar en riesgo por su deseo de participar en la democracia.
La violencia en Colombia no solo afecta a los políticos; también tiene un impacto profundo en la sociedad en general. La percepción de inseguridad puede desincentivar a los ciudadanos a involucrarse en la política, perpetuando un ciclo de apatía y desconfianza. Julián, al recordar la frase de Jaime Garzón, un periodista asesinado en 1999, se siente motivado a seguir adelante: «Si ustedes no se encargan de cambiar su propio país, nadie va a venir a cambiárselo». Esta convicción lo impulsa a seguir luchando por un futuro donde la vida y la democracia sean valoradas y protegidas.
La situación en Colombia también refleja problemas similares en otros países de la región, como México, donde la violencia del narcotráfico ha dejado cicatrices profundas en la sociedad. Ambos países comparten la necesidad de encontrar soluciones que aborden las raíces de la violencia y promuevan un entorno donde la política pueda ser un espacio seguro para todos. La lucha por la paz y la democracia es un desafío que requiere la colaboración de todos los sectores de la sociedad, y es fundamental que los jóvenes se involucren en este proceso.
La historia de Julián y Miguel es un testimonio de la valentía de aquellos que se atreven a soñar con un país mejor, a pesar de las amenazas que enfrentan. La esperanza persiste en medio de la adversidad, y la lucha por un futuro más pacífico y democrático en Colombia continúa. La voz de los líderes y activistas es crucial para construir un camino hacia la reconciliación y la paz, y es responsabilidad de todos apoyar sus esfuerzos y exigir un entorno seguro para la participación política.